Regreso al
reporte de la travesía. Estoy en Madrid, pero esa
entrada la voy a posponer para escribir sobre Julio Cortázar y mi visita a
París. No sé cuántas personas lo sepan,
pero yo decidí dejar todo lo que había hecho en la vida para escribir inmediatamente después de la lectura de “Todos los fuegos el fuego”, ¿por qué? Porque nunca había leído algo así, algo que me hiciera fruncir el entrecejo mientras retrocedía un par de páginas para comprender lo que sucedía. De esta manera fue como quise sentarme
a escribir un libro de cuentos, pero también regresar a París para visitar a Julio Florencio. Estas líneas, entonces, son la dedicatoria extendida para el Maestro, por sus cuentos, por la fantasía, por la evasión y por el próximo reencuentro.
El día
empezó con el robo de mi celular en la entrada del hotel, pero “solo es algo
material” retumbaba en mi cabeza, así que no dejé que el incidente
me arruinara la jornada, menos cuando la primera parada de mi recorrido fue la
última residencia de Cortázar junto a Carol Dunlop, lugar en el que quise sacar el celular para tomar una foto y me di cuenta de que gone, donzo, murió, caput, desapareció
forever, rip a casi un lustro de fidelidad celular.
Tomé las
fotos con mi cámara y Mickael hacía lo propio con su celular. Por si no han leído la entrada anterior, Mickael ya sabe quién es Cortázar porque yo me encargué de contarle todo lo que pude en cada parada de la ruta, pero ahora estábamos en el edificio en el que murió.
- ¿Vamos a
entrar?
- No.
- ¿Por qué?
- Porque no
se puede, ahora es el departamento de alguien que no conocemos.
- Entonces
por qué venimos a un lugar al que no podemos entrar.
Un poco así
resumo a la literatura. No todos pueden
comprender por qué tenemos esta fijación con los libros y con estas historias
que no existen. Para nosotros, durante la
hora en que estamos sumergidos en la lectura es lo único que hay en el
mundo y ese día mi mundo se paralizó
cuando leí:
Aquí vivió
JULIO CORTÁZAR
1914 – 1984
Escritor argentino
naturalizado francés
autor de “Rayuela”
Aquí vivió
el escritor que cambió mi vida y confieso que no tenía intención de entrar, sin embargo al primer departamento, el que tuvo con Aurora, sí, porque hubiese visitado a un par de amigos, pero nada, el siguiente paso era visitar el lugar donde
reposa hoy. Así llegamos a Montparnasse, luego de comer un 'croque monsieur' en la banca de un parque en la que descansaba
un libro de Julio Verne que dejé ahí no por honradez pero porque estaba en francés y
porque no tenía escrito en ningún lado que era un libro libre.
En el cementerio están preparados para recibir centenares de curiosos; con el mapa en la mano hicimos la primera parada en la tumba de Cortázar y Dunlop: cigarrillos, billetes de metro, audífonos, flores secas y muchas notas escritas en varios idiomas sobre el mármol. Le dejé una carta que escondí en una zanja entre su tumba y la de Carol, y en lugar de ponerme sentimental, me puse a pensar que hubiese sido una gran idea llevar una escobilla y un trapo para limpiar su tumba.
En el cementerio están preparados para recibir centenares de curiosos; con el mapa en la mano hicimos la primera parada en la tumba de Cortázar y Dunlop: cigarrillos, billetes de metro, audífonos, flores secas y muchas notas escritas en varios idiomas sobre el mármol. Le dejé una carta que escondí en una zanja entre su tumba y la de Carol, y en lugar de ponerme sentimental, me puse a pensar que hubiese sido una gran idea llevar una escobilla y un trapo para limpiar su tumba.
Sobre Susan
Sontag yacía una sola rosa lila. La de Baudelaire estaba llena de besos, poemas
y flores artificiales. Seguimos con
Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre, llena de besos, corazones dibujados
sobre la piedra, tickets de metro y unas cuantas flores: “Ella también era
feminista, como Sontag”. Sólo al llegar
a la tumba de Marguerite Duras ("¿Viste Hiroshima, mon amour? Ella la escribió el guión."): unas gafas, decenas de bolígrafos, flores y stickers
de corazones; me doy cuenta de que los escritores no reciben a los mismos
visitantes y comienzo a prestar atención.
En la tumba de Maupassant hay dulces, un caracol, un cuchillo y un
anillo; en la de Vallejo un pomposo arreglo floral del Instituto Cervantes con los colores de la bandera de Perú.
¿Cuál es la
causa de esta peregrinación mortecina? ¿Morbo o tributo? ¿Vamos a visitar a nuestros
familiares también? Yo no, porque el cementerio me pone a cuestionarme cosas que no quiero, y me acuerdo de los que ya no están conmigo y de que yo, más temprano que tarde, voy a ser el recuerdo de alguien. Ojalá. Casi al final del recorrido encontramos a la señora que nos ayudó a encontrar a Maupassant. Su familia está enterrada en Montparnasse desde antes de la
revolución francesa y se conoce todo el cementerio; nos contó hasta dónde llegaba, nos
señaló el molino en el que mujeres de la “mala vida” bailaban, y nos conversó
sobre algunos de sus muertos preferidos.
Ella no estaba allí para hacer turismo necrológico pero tampoco le molestaba su
existencia. Para el registro, he estado en París dos veces y tengo que decir que los franceses que he conocido son gente muy agradable.
- ¿Te
parece si ahora vamos a un lugar más alegre?
- Me
parece.
- Gracias,
qué gentil eres.
- Como
siempre –digo mientras me río.
- No, como siempre no –ríe Mickael más alto aún.