martes, 28 de abril de 2015

Bitácora de viaje: Montparnasse y los escritores

Regreso al reporte de la travesía.  Estoy en Madrid, pero esa entrada la voy a posponer para escribir sobre Julio Cortázar y mi visita a París.  No sé cuántas personas lo sepan, pero yo decidí dejar todo lo que había hecho en la vida para escribir inmediatamente después de la lectura de “Todos los fuegos el fuego”, ¿por qué? Porque nunca había leído algo así, algo que me hiciera fruncir el entrecejo mientras retrocedía un par de páginas para comprender lo que sucedía.  De esta manera fue como quise sentarme a escribir un libro de cuentos, pero también regresar a París para visitar a Julio Florencio. Estas líneas, entonces, son la dedicatoria extendida para el Maestro, por sus cuentos, por la fantasía, por la evasión y por el próximo reencuentro.

El día empezó con el robo de mi celular en la entrada del hotel, pero “solo es algo material” retumbaba en mi cabeza, así que no dejé que el incidente me arruinara la jornada, menos cuando la primera parada de mi recorrido fue la última residencia de Cortázar junto a Carol Dunlop, lugar en el que quise sacar el celular para tomar una foto y me di cuenta de que gone, donzo, murió, caput, desapareció forever, rip a casi un lustro de fidelidad celular.

Tomé las fotos con mi cámara y Mickael hacía lo propio con su celular. Por si no han leído la entrada anterior, Mickael ya sabe quién es Cortázar porque yo me encargué de contarle todo lo que pude en cada parada de la ruta, pero ahora estábamos en el edificio en el que murió.

- ¿Vamos a entrar?
- No.
- ¿Por qué?
- Porque no se puede, ahora es el departamento de alguien que no conocemos.
- Entonces por qué venimos a un lugar al que no podemos entrar.

Un poco así resumo a la literatura.  No todos pueden comprender por qué tenemos esta fijación con los libros y con estas historias que no existen.  Para nosotros, durante la hora en que estamos sumergidos en la lectura es lo único que hay en el mundo y ese día mi mundo se paralizó cuando leí:


Aquí vivió
JULIO CORTÁZAR
1914 – 1984
Escritor argentino
naturalizado francés
autor de “Rayuela”


Aquí vivió el escritor que cambió mi vida y confieso que no tenía intención de entrar, sin embargo al primer departamento, el que tuvo con Aurora, sí, porque hubiese visitado a un par de amigos, pero nada, el siguiente paso era visitar el lugar donde reposa hoy.  Así llegamos a Montparnasse, luego de comer un 'croque monsieur' en la banca de un parque en la que descansaba un libro de Julio Verne que dejé ahí no por honradez pero porque estaba en francés y porque no tenía escrito en ningún lado que era un libro libre.  

En el cementerio están preparados para recibir centenares de curiosos; con el mapa en la mano hicimos la primera parada en la tumba de Cortázar y Dunlop: cigarrillos, billetes de metro, audífonos, flores secas y muchas notas escritas en varios idiomas sobre el mármol.  Le dejé una carta que escondí en una zanja entre su tumba y la de Carol, y en lugar de ponerme sentimental, me puse a pensar que hubiese sido una gran idea llevar una escobilla y un trapo para limpiar su tumba.




Sobre Susan Sontag yacía una sola rosa lila. La de Baudelaire estaba llena de besos, poemas y flores artificiales.  Seguimos con Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre, llena de besos, corazones dibujados sobre la piedra, tickets de metro y unas cuantas flores: “Ella también era feminista, como Sontag”.  Sólo al llegar a la tumba de Marguerite Duras ("¿Viste Hiroshima, mon amour? Ella la escribió el guión."): unas gafas, decenas de bolígrafos, flores y stickers de corazones; me doy cuenta de que los escritores no reciben a los mismos visitantes y comienzo a prestar atención.  En la tumba de Maupassant hay dulces, un caracol, un cuchillo y un anillo; en la de Vallejo un pomposo arreglo floral del Instituto Cervantes con los colores de la bandera de Perú.











¿Cuál es la causa de esta peregrinación mortecina? ¿Morbo o tributo? ¿Vamos a visitar a nuestros familiares también? Yo no, porque el cementerio me pone a cuestionarme cosas que no quiero, y me acuerdo de los que ya no están conmigo y de que yo, más temprano que tarde, voy a ser el recuerdo de alguien. Ojalá.  Casi al final del recorrido encontramos a la señora que nos ayudó a encontrar a Maupassant.  Su familia está enterrada en Montparnasse desde antes de la revolución francesa y se conoce todo el cementerio; nos contó hasta dónde llegaba, nos señaló el molino en el que mujeres de la “mala vida” bailaban, y nos conversó sobre algunos de sus muertos preferidos.  Ella no estaba allí para hacer turismo necrológico pero tampoco le molestaba su existencia.  Para el registro, he estado en París dos veces y tengo que decir que los franceses que he conocido son gente muy agradable.

- ¿Te parece si ahora vamos a un lugar más alegre?
- Me parece.
- Gracias, qué gentil eres.
- Como siempre –digo mientras me río.
- No, como siempre no –ríe Mickael más alto aún.

Nos tomamos un cocktail y nos enrumbamos hacia la Torre Eiffel porque nunca la había visto iluminada.  Escribo desde Madrid como una turista china con el síndrome de París.



Lectura recomendada: Contra la interpretación, ensayo de Susan Sontag.

lunes, 20 de abril de 2015

Bitácora de viaje: París, el mercado de pulgas y la venta de las lámparas

Voy lenta con la bitácora porque: a) a veces no me es posible conectarme, b) escribir desde el celular es molesto, c) estoy de vacaciones y la idea es salir a pasear, d) todas las anteriores.  Escribí en un papel la bitácora del vuelo perdido de Lisboa a Madrid pero esta historia con la que comienza mi viaje a París está bastante mejor.  Debo, eso sí, la entrada sobre Fernando Pessoa y el romance que Lisboa tiene con él y el que este tenía con Lisboa.

Mi llegada a París comienza con el intento de robo de mi equipaje en el Gard du Nord, pero esa historia ya pasó, no perdí nada y al final me sentí como la Mujer Maravilla cuando vence al mal, sin el traje, claro, porque París está helado.  El sábado por la noche luego de la mala experiencia decidí quedarme en el hotel y pensar qué hacer el domingo: decicí visitar mercados e ir a ver a los “bouquinistes” de Paris, es decir, los vendedores de libros viejos que se asientan cerca de las orillas del Sena.

“El Marché aux puces es el que está más cerca”, me dijo la chica de la recepción del hotel.  "Cuando salgas de la estación Porte de Clignancourt avanza con la gente".  Así encontré el mercado de pulgas, no solamente francesas, porque las tiendas tienen antigüedades de Oriente y Occidente.  Ingresé por la puerta que estaba en la Rue Jean-Michel Fabre y avancé por la ruta de las antigüedades que tienen letreros que advierten no tomar fotos con la cámara, ni con el celular, pero en la tienda de Mickael, hijo de un español y una francesa, no, es más, me invitó a pasar y a tomar fotos, luego conversamos y quedamos en cenar.

Comencé a caminar y de repente sentí que estaba caminando entre los recuerdos de otras personas, en un gran museo de la inocencia, y tal como lo hiciera el Nobel turco, Orhan Pamuk, cuando escribió este libro, comencé a comprar cosas que reconstruyeran a una persona salida de la ficción, así que ahora soy amiga imaginaria de Marie, una mujer que vivió dos guerras mundiales y cuyas fotos, postales, libros y billetes alemanes, ahora tengo yo.




A las cinco de la tarde regresé a ver cómo iba Mickael con su día.  Llegué un minuto antes de que entraran un par de compradores chinos con su traductora y me encontré en la mitad de una negociación en cuatro idiomas:  1,500€ / no, 1,200 / imposible, dile que 1,400 y que es bronce y que los cristales son originales y que son piezas de fines del siglo XIX en excelente estado / 1,300 / (yo por mi cuenta respondí: no) / está bien 1,400, pero envuelva todos los cristales. Regresamos en una hora, estamos de apuro para llegar al aeropuerto.

Acto seguido, este hombre sirvió dos tazas de té, puso música, cruzó la pierna y se sentó a conversar y yo lo único que quería era que desprendiera esas lámparas de una buena vez para empezar a embalar porque en el impulso de la negociación acepté envolver uno por uno los cristales, así que debía quedarme a ayudar.  Los chinos llegaron antes de la hora y nosotros, que habíamos atendido dos clientes más, por supuesto que no habíamos terminado de empacar las lámparas.  Nervios.  Ataque de risa. Foto de la trabajadora del mes.  Chino arrodillado embalando su propia lámpara.




Entregamos los “objects anciens” a los clientes, cerramos la tienda y nos sentamos a tomar vino de Provence y a conversar.  Resulta que Mickael tiene mi edad, bueno tres semanas menos que yo "tú eres más vieja", una hermana que tiene la misma diferencia de edad que tenemos mi hermano y yo, papás casados hasta ahora, familia longeva, cambio total de su estilo de vida a partir de darle un giro a su negocio, ambos hablamos italiano, vemos películas con subtítulos, nuestra última relación formal terminó por el mismo motivo.  Seguiría pero resumo: en la mitad de la charla sentí que Mickael y yo compartíamos muchos de los objetos de nuestro museo de la inocencia.

Tomamos el coche y fuimos a parar al Sacré Couer: bullicioso, sucio, aún así hermoso.  Buscando parqueo encontramos el mercado de Monsieur Collignon, el villano de Amelié, por supuesto que me tomé foto.  Luego cenamos, subimos el funicular de Montmartre, vimos la torre Eiffel encendida y nos sentamos a tomar té en la plaza en donde los pintores casi a la medianoche seguían trabajando.  




Adelaida: Pidámosle al señor que nos tome una foto.
Mickael: Muy bien,
Adelaida: Pero déjame arreglarme el cabello.
Mickael: ¿A ver?, -sujeta mi cabello hacia atrás -está mejor así.
Adelaida: Ay, no importa. Así como está, está bien.
Mickael: No, no, a mi sí me importa porque es mi foto.




Ajá, a Mickael le importa todo.  Quiere vivir 110 años porque todavía hay muchas cosas que quiere hacer y que quiere ver; a su departamento le hace falta un cuadro, a su balcón le hacen falta flores y a él le hace falta ser papá y una mujer que quiera vivir 110 años porque tiene muchas cosas para contarle. El martes o miércoles iremos a hacer la ruta de Cortázar aunque nunca haya escuchado de él.


En la última parada le regalaré Marelle.

Libro recomendado: Pequeños poemas en prosa (el spleen de Paris) de Baudelaire.

miércoles, 15 de abril de 2015

Bitácora de viaje: Lisboa

Tener miedo a que te nieguen una visa debe de ser uno de los temores más ridículos que pueda imaginar, sin embargo los ecuatorianos, no todos, soy enemiga de las generalizaciones, llegamos a las embajadas y consulados a veces hasta con los dedos de los pies cruzados para poder aspirar a salir del país como turistas.  Yo siempre me presento intranquila porque aparte de que el dinero en mi cuenta no abunda, soy profesional independiente, y justificar que vives de hacer cultura es como intentar justificar la existencia de Dios a un ateo. 

Así que me dieron la visa sin saber ni qué iba a hacer con ella, y pedí un mes por el simple hecho de que subirme en un avión por treinta minutos es un suplicio, imaginen cruzar el océano. En un mes, no se me olvida el trauma de haber llegado, pero al menos lo he cubierto con amigos, comida y paisaje.  En el avión, mi compañero de viaje fue un curita jovencito que acompañaba a un grupo de feligreses a Medjugorje, Lourdes, Vaticano y no sé, eso, ciudades de su interés. El cura me hizo perder en el Sudoku, pero cómo decirle a un hombre santo que no se meta en mi juego, así como yo no le interrumpía el rezo de las oraciones que leía desde su iPad mini. 

Aterricé en Madrid, molida por el insomnio y vencida por el terror a volar, ese que se siente físicamente en los músculos contraídos en cuello y hombros, esperé seis horas y me subí a otro avión para llegar a Lisboa. Como dato viajero: el portugués de Brasil no es el portugués de Portugal, como el italiano del sur no es el del norte. En Portugal me declaré hispanohablante por la primera noche, cero esfuerzo de mi parte, cero como turista. Pero el ciudadano portugués sabe hablar al menos un idioma que puede ser inglés, francés, italiano o alemán. Un habitante de Lisboa que no ha terminado la educación básica sabe que hablar más de un idioma le da ventaja, así que lo aprende. Sin embargo, esta gente esa cálida y al final es inevitable terminar la noche sin decir: muito obrigada. 

Quisiera describir Lisboa pero me quedaría corta, porque esta ciudad fue fundada hace 3000 años y aunque se le ven las arrugas, qué bien le sientan.  Tierra de marineros que entrenaron a Colón, fusión de culturas y religiones, de dictadores que inspiraron a J.K.Rowling para crear a sus villanos, de próceres poetas, de amores contrariados, de reyes que hicieron de Portugal una potencia mundial y de reyes que lo perdieron todo, de fado, de Alfama y Belém.  Así camino Lisboa y ahora leo su literatura con otros ojos, si fuera posible, prestando los ojos de uno de los alter egos del poeta Fernando Pessoa, sintiendo saudade por esta ciudad que no he dejado aún. 

Lectura recomendada: El libro del desasosiego de Fernando Pessoa.