jueves, 24 de julio de 2014

Septenario apocalítptico

El lunes camino a casa a las 19:37 (salí de casa a las 07:37), en la calle encontré un perro. Un pinche perro. De raza pinche. Le he dicho un par de cosas al oído (tonterías, cualquier bobada) y él ha entendido otra cosa. Se ha confundido y me ha seguido a casa.

Vivo solo. Metí al perro en casa. Bebimos un par de cervezas. Me ha dicho algo al oído (cosas apocalípticas, contundentes) y yo no he entendido nada. Disimulé. Abrí otra cerveza hecho el tonto. Soy tonto. Él ya no quiso.

A la mañana siguiente, el perro había hecho tostadas francesas. Pinche perro. De raza pinche, el perro. No había comido un desayuno en casa desde 1994. Me mudé a casa en 1994. Estaban ricas las tostadas.

Le dejé las llaves. Me fui al trabajo. Martes con sabor a viernes. Quería volver, a casa. Regresé a las 18:30 (salí a las 07:37) y el perro me había preparado unas micheladas. Vimos una película. Sugerida por el perro. Muy buena estaba la película. A mi no me gustó, pero reconozco que era buena.

El miércoles no fui al trabajo. Me hice el enfermo. Siempre soy/estoy enfermo. Me gusta mirar por la ventana de la cocina y ver a la mujer del vecino prepararle el desayuno y me enfermo. El me hace de la mano y yo pienso en la perra que le fríe un par de huevos. Me enfermo. Se sube al coche, ella le tira besos. Qué tengo yo que no tiene él. El perro. Me curó el perro (yo no tenía nada) pero luego me sentí mejor. El miércoles me sentí mejor, gracias al perro.

Salimos a caminar. Me saludó el vecino -¡lindo tu perro!- gritó. -No, no es mío- pensé. -No es mi perro-. Regresamos a las 19:39 (ya no recuerdo a qué hora salimos). Los minutos son tan importantes, los segundos. Pinche perro, poco le importa el tiempo, al perro.

Jueves. Le compré un plato celeste con patitas y un suéter a rayas para el frío. Viernes. Le entregué un CD de Joy Division. Llegó el sábado y yo sonreía (siempre llevo cara de luto). Él no. El pinche perro. Siempre con sus cosas nuevas. Éxtasis voluntario. Felicidad absoluta. Un día de estos salgo y me compro algo que no necesito y experimento, lo que siente el perro.

El domingo salí a la despensa (me fui al supermercado) y cuando iba a pagar, escuché, en mi mente escuché un aullido desafinado y entendí lo que el perro me había dicho al oído. Y corrí. Corrí a la calle Villafloril 14. Eran las 19:36 y otra vez me encontré al vecino. Me susurró unas palabras al oído (cosas ininteligibles, absurdas) y a las 19:37 me pasó una correa por el cuello. Luego me llevó a casa. A su casa. Y yo, ya no tenía casa. Ni perro. Pinche perro. Apocalíptico, el perro. Me lo dijo el primer día. Y me hice el tonto. Soy tonto. Un pinche y pobre tonto.

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