lunes, 20 de abril de 2015

Bitácora de viaje: París, el mercado de pulgas y la venta de las lámparas

Voy lenta con la bitácora porque: a) a veces no me es posible conectarme, b) escribir desde el celular es molesto, c) estoy de vacaciones y la idea es salir a pasear, d) todas las anteriores.  Escribí en un papel la bitácora del vuelo perdido de Lisboa a Madrid pero esta historia con la que comienza mi viaje a París está bastante mejor.  Debo, eso sí, la entrada sobre Fernando Pessoa y el romance que Lisboa tiene con él y el que este tenía con Lisboa.

Mi llegada a París comienza con el intento de robo de mi equipaje en el Gard du Nord, pero esa historia ya pasó, no perdí nada y al final me sentí como la Mujer Maravilla cuando vence al mal, sin el traje, claro, porque París está helado.  El sábado por la noche luego de la mala experiencia decidí quedarme en el hotel y pensar qué hacer el domingo: decicí visitar mercados e ir a ver a los “bouquinistes” de Paris, es decir, los vendedores de libros viejos que se asientan cerca de las orillas del Sena.

“El Marché aux puces es el que está más cerca”, me dijo la chica de la recepción del hotel.  "Cuando salgas de la estación Porte de Clignancourt avanza con la gente".  Así encontré el mercado de pulgas, no solamente francesas, porque las tiendas tienen antigüedades de Oriente y Occidente.  Ingresé por la puerta que estaba en la Rue Jean-Michel Fabre y avancé por la ruta de las antigüedades que tienen letreros que advierten no tomar fotos con la cámara, ni con el celular, pero en la tienda de Mickael, hijo de un español y una francesa, no, es más, me invitó a pasar y a tomar fotos, luego conversamos y quedamos en cenar.

Comencé a caminar y de repente sentí que estaba caminando entre los recuerdos de otras personas, en un gran museo de la inocencia, y tal como lo hiciera el Nobel turco, Orhan Pamuk, cuando escribió este libro, comencé a comprar cosas que reconstruyeran a una persona salida de la ficción, así que ahora soy amiga imaginaria de Marie, una mujer que vivió dos guerras mundiales y cuyas fotos, postales, libros y billetes alemanes, ahora tengo yo.




A las cinco de la tarde regresé a ver cómo iba Mickael con su día.  Llegué un minuto antes de que entraran un par de compradores chinos con su traductora y me encontré en la mitad de una negociación en cuatro idiomas:  1,500€ / no, 1,200 / imposible, dile que 1,400 y que es bronce y que los cristales son originales y que son piezas de fines del siglo XIX en excelente estado / 1,300 / (yo por mi cuenta respondí: no) / está bien 1,400, pero envuelva todos los cristales. Regresamos en una hora, estamos de apuro para llegar al aeropuerto.

Acto seguido, este hombre sirvió dos tazas de té, puso música, cruzó la pierna y se sentó a conversar y yo lo único que quería era que desprendiera esas lámparas de una buena vez para empezar a embalar porque en el impulso de la negociación acepté envolver uno por uno los cristales, así que debía quedarme a ayudar.  Los chinos llegaron antes de la hora y nosotros, que habíamos atendido dos clientes más, por supuesto que no habíamos terminado de empacar las lámparas.  Nervios.  Ataque de risa. Foto de la trabajadora del mes.  Chino arrodillado embalando su propia lámpara.




Entregamos los “objects anciens” a los clientes, cerramos la tienda y nos sentamos a tomar vino de Provence y a conversar.  Resulta que Mickael tiene mi edad, bueno tres semanas menos que yo "tú eres más vieja", una hermana que tiene la misma diferencia de edad que tenemos mi hermano y yo, papás casados hasta ahora, familia longeva, cambio total de su estilo de vida a partir de darle un giro a su negocio, ambos hablamos italiano, vemos películas con subtítulos, nuestra última relación formal terminó por el mismo motivo.  Seguiría pero resumo: en la mitad de la charla sentí que Mickael y yo compartíamos muchos de los objetos de nuestro museo de la inocencia.

Tomamos el coche y fuimos a parar al Sacré Couer: bullicioso, sucio, aún así hermoso.  Buscando parqueo encontramos el mercado de Monsieur Collignon, el villano de Amelié, por supuesto que me tomé foto.  Luego cenamos, subimos el funicular de Montmartre, vimos la torre Eiffel encendida y nos sentamos a tomar té en la plaza en donde los pintores casi a la medianoche seguían trabajando.  




Adelaida: Pidámosle al señor que nos tome una foto.
Mickael: Muy bien,
Adelaida: Pero déjame arreglarme el cabello.
Mickael: ¿A ver?, -sujeta mi cabello hacia atrás -está mejor así.
Adelaida: Ay, no importa. Así como está, está bien.
Mickael: No, no, a mi sí me importa porque es mi foto.




Ajá, a Mickael le importa todo.  Quiere vivir 110 años porque todavía hay muchas cosas que quiere hacer y que quiere ver; a su departamento le hace falta un cuadro, a su balcón le hacen falta flores y a él le hace falta ser papá y una mujer que quiera vivir 110 años porque tiene muchas cosas para contarle. El martes o miércoles iremos a hacer la ruta de Cortázar aunque nunca haya escuchado de él.


En la última parada le regalaré Marelle.

Libro recomendado: Pequeños poemas en prosa (el spleen de Paris) de Baudelaire.

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