Todos
los días regresa a la casa donde vivió durante los últimos diez años para
recoger a su pequeña hija Estela y llevarla sin falta a la escuela Opus
Dei donde su madre la inscribió. Un año después de separarse de
Claudia, el hombre todavía llora. Puede ser porque su familia no apoyó
su decisión, e incluso, hay quienes todavía creen que tiene remedio, y esto le
sigue costando tal pesar que lo lleva a consumir tranquilizantes que consigue
valiéndose de cualquier artilugio.
El
hombre escucha dolor, ve dolor, toca dolor, gusta dolor, para no sentirlo.
Al
padre de familia desesperado y desvelado al que llamaremos Alfonso, le toca el turno de cuidar a su hija Estela por el fin de
semana. La llevará al parque a almorzar y será entretenido como siempre. Por la noche Estela irá al circo para ver a
su padre convertirse en la atracción principal: el hombre ha decidido dar un
salto mortal.
Se apagan las
luces.
Lo enfocan los
seguidores.
Se escucha el
silencio.
Redoble de
tambores.
Alfonso está más listo que nunca para dar el salto. Pero aún así y como precaución se persigna,
mira hacia abajo y confirma que sí, que su Martín lo está esperando junto a las
redes en caso de emergencia.
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