--Yo soy mejor y más fuerte— piensa furiosa.
A las once de la noche enciende el televisor y apaga la luz. Con el reflejo de la pantalla, tantea hasta llegar a la cama. Se acuesta y acomoda la almohada y el cuello. El resto del cuerpo puede estar como sea, pero el cuello tiene que estar bien acomodado. Con el control remoto pasa los canales y se decide por el History Channel… pero no se aburre, por el contrario, se engancha, y se promete quedarse despierta hasta que termine el documental. ¿A quién se le ocurre programar “La Odisea” a estas horas de la noche?
--Los de programación deben sufrir de insomnio-- le murmura, a nadie.
Son las doce y media cuando apaga el aparato. Está bien despierta, así que prende la luz de la lámpara de la mesita de noche. Toma un libro al azar. Lo abre y de inmediato le pesan los párpados. ¡Que bien! Rápidamente apaga la luz, cierra los ojos cansados, gira hacía la derecha para dormir, pasa el brazo por debajo de la almohada y ahí están otra vez: el libro y el insomnio. El ojo izquierdo se abre al tope, el derecho tiene miedo a rebelarse y permanece cerrado. La última línea que leyó de Frankenstein o El moderno Prometeo, la han traicionado.
“Entonces se oyó el movimiento del mar bajo el hielo. El estruendo provocado por el movimiento del oleaje se hacía cada vez más amenazador y terrorífico. Seguí adelante pero fue en vano. Se levantó el viento; el mar rugió y, como si hubiese ocurrido un poderoso terremoto, el hielo se quebró y se partió con un ruido tremendo y abrumador.”
Qué imprudencia la de Liz. Leer semejante párrafo sabiendo que tiene terror al agua en todas sus presentaciones. De pelear contra la vigilia, pasa ahora a pelear contra el sueño. Ha dejado la ventana del comedor abierta y la puerta de madera y vidrio que separa el resto de la casa de las habitaciones, se ha abierto y golpea contra la pared metódicamente, debido al viento. Se levanta y camina por el oscuro pasillo y cierra la ventana. Luego la puerta de madera y vidrio y regresa a dormir, pero cada vez que cierra los ojos, ve acercarse con más fuerza y de manera más vívida, las heladas olas del polo norte, de tal manera que se levanta de un golpe, se mete en el baño y se moja la cara. Alza la mirada y le parece haber visto pasar a Frankenstein detrás de ella. En realidad son otros los monstruos que le asustan. Más feroces y hasta mortales: el banco, sus tarjetas de crédito, sus deudas, su eterna soltería.
--Mañana es día de pago, maldita sea— piensa, mientras sacude la cabeza en actitud de negación.
Son las tres de la mañana y le espera un día largo. Ahora si que está desesperada. Quiere dormir pero no puede. Un desfile de imágenes le pasan por la cabeza: el viaje a México, los zapatos Christian Louboutin, la billetera de piel de Chanel. Claro, cómo podría dormir sabiendo que no le alcanza para el alquiler, la fiesta y el mínimo a pagar. No le queda más remedio que tomar al toro por las riendas. Se mete una pastilla con un poco de leche caliente, se pone el antifaz y comienza a contar ovejas.
--una, dos, treees, cu a t r ooo…-- bosteza a las cinco y veinticinco de la mañana, a una hora y treinta y cinco de levantarse para comenzar con su rutina de todos los días. Porque para Liz, y para todos los que sufrimos de insomnio, todos los noches son iguales.