Por sus venas corre sangre blanca y negra, es irónico que sus amigos la llamen “China”. Piensa que su cabello rubio fue su mejor época, pero aunque el castaño no le guste, su condición de mujer soltera no le da otra opción que reinventarse, hasta que él la encuentre. La madurez le hizo respetar las primeras impresiones y cree que las segundas son intentos desesperados -casi siempre exagerados y disfrazados- y normalmente suceden demasiado tarde.
Si no la conoces parece que le es fácil adaptarse y hacer amigos: nada más alejado de la realidad. Cuando se precipitó y les dio la bienvenida también los vio partir. Con los años construyó una gran muralla para evitar recibir golpes porque no sabe aceptarlos sin que le dejen cicatrices. A veces asusta su capacidad para seguir caminando en la tormenta sin mirar atrás. Lo que se aprende con los años.
Pintó con un pincel de pelo de marta un cuaderno con miles de experiencias llenas de colores, lentamente pero a su gusto. En su espalda carga un saco de vivencias que tiene espacio para introducir más. Está orgullosa de un baúl colmado de recuerdos que eventualmente abre para conmemorar lo vivido y valorar lo que tiene. El cuaderno, el saco y el baúl la ayudan a seguir caminando hacia adelante. La mujer del espejo está sonriendo, es así como me gusta verla.
Apasionada, amante de los animales, aventurera, creativa, soñadora, bastante torpe. Un espíritu libre que no se cansa de bailar la danza de los que viven la vida. La mujer del espejo plantó un árbol, está escribiendo el libro, solo le falta el hijo. Cuando lo consiga todo se sentirá plena, y aunque sabe que hasta el príncipe azul destiñe al primer lavado, lo espera. Sin prisa, lo espera.